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Desde pequeño soñé en ser explorador, y como no, mi vida ha transcurrido buscando aventuras y dedicándome a la mayor de ellas, el buceo. De ahí la importancia de apoyar los sueños de los niños, porque de mayores, a veces se cumplen.

La casualidad

En esta ocasión, estábamos impartiendo un curso al personal de la Escuela Militar de Buceo de la Armada Española, cuando nos cruzamos en la explanada del CBA con un joven Teniente de Navío, que se dirigía a su embarcación para escanear el fondo submarino, en unas prácticas que son habituales en su trabajo.

Se dirigía a revisar un yacimiento arqueológico único, de los que ya no quedan, de los que uno sueña y no verá nunca. El «Cartagena 1».

Conocía de su existencia, porque años atrás, me ofrecí voluntario con otros amigos y amigas para ayudar en la exploración de yacimientos profundos, allá donde los arqueólogos de las administraciones responsables no llegan. Me comentaron que se había descubierto uno a más de 60m gracias a los fondos y medios de una universidad estadounidense (sí, de esos que invierten en investigación). Obviamente, a mi ofrecimiento, me regatearon hábilmente aludiendo que ya irían ellos más adelante, en cuanto tuvieran capacitación, o tuvieran presupuesto, o interés…. o ganas… a lo que, como es bien sabido, no fueron.

Esta vez era diferente, porque ahora estábamos formando a los que, en su misión propia, está la vigilancia y protección del Patrimonio Arqueológico Submarino (PAS), y éstos buceadores tienen la misma chispa en los ojos que los exploradores, tienen esas ganas de aventura innata en un militar.

Así que tras el arduo trabajo del jefe del curso en convencer al mando para poder realizar las prácticas finales en dicho pecio (gracias Nacho Ll. y Nacho Z.), nos autorizaron para bucear en ese pedazo de historia olvidada.

La excitación

¡Luz verde! Tenemos la autorización del Capitán de Navío del CBA para dirigirnos con una embarcación rápida al punto donde se supone que está un pecio romano o similar, y el mar está plano como un plato, el agua es cálida aunque esperamos temperaturas frescas ahí abajo, y el equipo y gases están dispuestos.

Saltamos al agua y empezamos un descenso en aguas azules profundas hasta un cota de 30m y cruzamos una termoclina con aguas turbias, lógico en consideración de la zona, con un fondo de fango denso.

Llegamos al fondo y el pecio no se ve, es algo planificado. Hemos lanzado el fondeo a una distancia prudencial para no dañar algún resto de importancia cultural. Inma instala una línea, nosotros otra, y avanzamos en un rumbo aproximado hacia los restos del naufragio. Y sí, ahí aparecen los primeros restos, panzones, asoman las primera ánforas del fango. Y detrás, la densidad de ánforas crece y aumenta hasta 2,4m de altura, formando una montaña de vasijas que conforman la figura de una embarcación de al menos 14m de eslora y aproximadamente 4m de manga. La madera ha desaparecido tras un par de milenios bajo el mar.

Entre este precioso vestigio cultural, también tuvimos que disfrutar de latas de cerveza y botellas de plástico, que tras miles de años, en solo los 40 últimos hemos llenado los humanos de otros restos: nuestra basura.

Han sido 25′ en 63m de profundidad, y eso nos ha llenado la retina de imágenes únicas que hasta ahora, habían sido vistas en blanco y negro de un cámara de ROV, Y empezamos el largo ascenso a superficie, en un azul intenso en medio del mar, cambios de gas para una descompresión acelerada, y emerger a superficie con una gran sonrisa y luz en la mirada.